¿ Y si suelto la mano?
Antes, cuando alguien me hablaba del desapego solía
conectar ese término con aprender a no querer, con no involucrarme
sentimentalmente a nadie ni nada, con ser egoísta, con ser un tipo de persona
que había decidido no ser.
Hoy, cuando alguien me habla de desapego conecto ese
término con la más potente herramienta para ser feliz. He aprendido que puedo
querer mucho a todos y cada una de las personas que van en mi vagón de vida sin
miedo a perderlos, que puedo pensar en mí y en los demás con la misma intensidad,
y eso no es ser egoísta sino generoso porque no puedo cuidar a nadie sino me
cuido a mí mismo.....he descubierto que vivir desde el desapego es ser el tipo
de persona que HOY elijo ser. HOY soy feliz, soy feliz porque puedo encontrar
esa felicidad da igual el escenario en el que viva....siiii!!, estuvo muy bien la obra anterior y la disfruté
mucho, quise y me quisieron, los aplausos fueron muchos e incluso parte del
decorado es el mismo que en la nueva obra, y parte del elenco de actores siguen
en mi compañía de teatro. Hoy es esta obra, ayer fue otra y mañana tocará vivir
una nueva adaptación...y da igual como sea porque seré feliz en cada escenario.
En cada obra aceptaré, comprenderé, perdonaré y agradeceré haberla vivido y con
quien la he vivido. Ese es el desapego que siento, ese desapego que no me ata al
escenario anterior para ser feliz.
Te regalo este cuento, que un día el Universo quiso que
leyese...
Había una vez un árbol de hoja caduca que
placenteramente, se erguía en una pradera. Su copa era grande y espesa con
hojas de todos los tamaños apoyadas sobre sus ramas fuertes. Su tronco servia
de hogar para multitud de insectos y pájaros que no dudaban en hacerle un
agujerito para vivir.
Nuestro protagonista amaba su
vida, con multitud de colores, formas y especies, pero un buen día al llegar el
invierno, noto que sus hojas se iban cayendo. Nada extraño en un árbol que hoja
caduca, que cada año renueva sus hojas. Pensareis que debido, a que esa era su
naturaleza, ya estaría acostumbrado, pero aquel año empezó a tener miedo por si
acaso, no volverían a brotas sus amadas hojas que tanta vida le daban.
De esta manera, se fue
aferrando cada vez más a sus hojas, impidiendo que se soltasen. Poco a poco,
los animales con la llegada del invierno, se fueron yendo a sus guaridas a
invernar y nuestro árbol se fue quedando solo, como de costumbre en estas
fechas, pero no podía dejar de sentirse triste.
Pensó que a la llegada de la
primavera, volverían los pajaritos a su copa, las hormigas a recorres su tronco
y los conejos a refugiarse en sus pies, pero no fue así. Seguía aferrado a sus
hojas, y ahora solo era el fantasma de lo que fue, sus ramas eran débiles, su
tronco escueto y se inclinaba un poco, seguramente del pesar que sentía.
No podía dejar soltar sus
hojas, porque le habían aportado tanta felicidad, que decidir despedirse de
ellas significaba enfrentarse a la idea de no volver a vivir lo que había
vivido con ellas. Le daba pánico el futuro, porque no sabia lo que había y
podía ser mucho peor a lo que ahora tenia. Quería desesperadamente parar el
tiempo y vivir cada día de su vida, las experiencias que había tenido.
Ahora, no se le acercaba nadie
y solo le quedaba rememorar sus años felices vigilando las hojas para que no se
les llevara el viento, su única esperanza para que volviesen los animales.
Un alto roble que estaba junto
a él, le dijo en lenguaje de árbol:
-Puedes estar mucho mejor,
sueltas tus hojas, ábrete a nuevas experiencias. Las experiencias que viviste
hace tiempo ya pertenecen al pasado y como tus hojas, están muertas.
-Mis hojas no están muertas.
-Dijo el arbolito al roble- Seguramente alguien vendrá y apreciara mi belleza.
-¿¿Quien?? Nadie se acerca a
un ser vivo que solo es el reflejo de lo que fue y la huella de su tristeza.
Prueba a soltar una hoja, ya veras lo que ocurre.
El arbolito soltó una hoja con
muchísimo temblor y confiando de que por una, no pasaría nada. En el mismo
instante en que la soltó, la sabia empezó a circular por donde había estado la
hoja y una agradable sensación de fuerza y vida recorrió toda la rama. La hoja
que soltó, termino formando hongos que iban descomponiendo la hoja para nutrir
el suelo. Al cabo de los días, pequeños tallos de hierba empezaron a brotar en
donde se había desecho la hoja. Alucinado, decidió entonces soltar más hojas,
no todas, todavía tenia que ir con cuidado, y observar que pasaba. Al cabo del
mes se lleno de hierba el suelo y sus ramas empezaron a tener hojas y a ser
fuertes de nuevo. La hierba atrajo hormigas y algún que otro animal que se
quería refugiar en su sombra.
Para el verano, ya era el
árbol que siempre fue, pero más sabio y fuerte. Llego a la conclusión que los
pequeños cambios pueden generan un montón de vida, pero para que sucedan debes
soltar las cosas antiguas para dejar hueco a las nuevas, teniendo la seguridad
de que por cada hoja que sueltes aparecerá otra, sirviendo la antigua de
nutriente para el suelo o comida para las hormigas atrayendo, de este modo más
vida a tu alrededor.
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